África y covid 19 (I). Determinantes sociales de la salud

El Covid-19 no ha dejado de sorprendernos desde su irrupción en China a finales de 2019, y desde que escuchamos hablar de él por primera vez a medidos de enero de este año, cuando comenzó azotando la ciudad de Wuhan. Por aquel entonces poco asustaba a la mayoría de países europeos que tenían puestos los ojos en Asia y se preguntaban cuánto tiempo tardaría en saltar a África, principal centro de operaciones remotas de China fuera de su continente.

Sin embargo, este virus sorpresivo, ha tardado casi un mes más en expandirse por el continente africano con respecto a Europa, tal y como muestran los mapas de la OMS del 27 de febrero, fecha en que se registró el primer caso de coronavirus en la España peninsular. A finales de febrero apenas se registraban casos aislados en Argelia y Egipto, mientras que a finales de marzo prácticamente todos los países africanos registraban tímidamente sus primeros casos, con Egipto, Sudáfrica y Nigeria a la cabeza. Según avanzan los días los países van sumando nuevos casos de forma más o menos acelerada. A fecha del 9 de abril, África ha superado los 11.500 infectados, concretamente suma 11.577 en 53 países, contando el Sáhara Occidental. Sudáfrica sigue a la cabeza con 1.845 casos, seguido por Argelia (1.572), Egipto (1.560), Marruecos (1.346) y Camerún (730). El número de fallecidos en el continente asciende a 576.

Mucho se ha especulado en los últimos dos meses sobre el retraso de la entrada del virus al continente africano, planteándose hipótesis plausibles, aunque no contrastadas, como la mitigación que la radiación UVA, mayor en esas latitudes, pueda ejercer sobre el virus. Lo cierto es que desde hace escasas semanas el virus ha llegado a África y la OMS consideró desde el 2 de abril la transmisión local o comunitaria en 26 de los 42 territorios en los que se reportan casos en su informe diario de situación.

Cuál será el comportamiento del COVID -19 en el continente africano está aún por ver, pero en las predicciones es importante no caer en generalidades y tener en cuenta los factores políticos y socio-culturales de cada uno de los países que conforman el variado tapiz africano. Al igual que la pandemia arroja cifras muy diferentes entre los diferentes países europeos, e incluso entre regiones dentro de un mismo país, hemos de analizar con prudencia las características políticas, socio-culturales, económicas y de los sistemas de salud de cada país para poder entender la progresión de la pandemia en cada uno de ellos, sin caer en el tópico de que África es uniforme. Igualmente, dentro de cada país existen multitud de realidades culturales, desigualdades sociales e inequidades de salud que determinarán el impacto de la epidemia.

El hilo de este análisis nos devuelve a los determinantes sociales de la salud, es decir, el conjunto de factores tanto personales como sociales, económicos y ambientales que determinan el estado de salud de las personas o de las poblaciones.

Desde su origen en China en diciembre de 2019, el Covid-19 se ha extendido rápidamente a nivel mundial gracias a la globalización o al ecosistema global, a través de relaciones comerciales, turismo y los veloces medios de transporte como la aviación, principalmente. Una vez entra en un nuevo país, tenemos que volver al núcleo del modelo para poder explicar el comportamiento del virus y las consecuencias que éste vaya sembrando en el sistema sanitario, poblaciones y economía de cada país.

Partiendo del centro del modelo, el primer factor determinante son las personas con su edad, sexo y factores genéticos o biológicos. Como ya sabemos, el Covid-19 afecta de forma más grave a personas mayores. Según la última infografía publicada hace jun año por The Visual Capitalist a partir de datos de la CIA y su libro The World Factbook, África es el continente con una menor media de edad, en torno a 18 años comparado con Europa, que se erige como el continente más envejecido, con una media de 42 años.

Sin embargo, una población joven no significa una población sana. Factores como la malnutrición o la inmunosupresión, tan presentes en África por el azote durante décadas del VIH, la malaria y la tuberculosis, hambrunas, conflictos bélicos y catástrofes naturales pueden condicionar la gravedad de la enfermedad por el SARS-Cov-2 en una población debilitada.

Si continuamos con nuestro modelo, tendremos que analizar en segundo lugar los estilos de vida que, de nuevo, en las epidemias son determinantes para las vías de transmisión y su velocidad de propagación de los patógenos.

Los estilos de vida en África son probablemente mucho más diversos que en la Europa globalizada, por lo que vamos a dedicar una importante parte de nuestro análisis a este nivel, íntimamente ligado a los dos siguientes: comunidad y economía local.

Existen zonas de África densamente pobladas y con un estilo de vida globalizado, principalmente en las grandes urbes, pero también existen zonas menos pobladas y donde la globalización ha penetrado y condicionado los estilos de vida en menor grado: zonas de estepa, desérticas, con comunidades trashumantes y pastoralistas, incluso pequeñas comunidades cazadoras-recolectoras que se mantienen aún semi-aisladas, por reducidas que sean, pero que se deben considerar en nuestro análisis. Existen comunidades y etnias con estas características de norte a sur del continente. Incluso dentro de un mismo país pueden coexistir y convivir multitud de etnias y religiones que determinen un amplio abanico de estilos de vida, con sus usos y costumbres, sus prácticas religiosas, sus diferentes saludos, tipos de vivienda, prácticas culinarias y un largo etcétera.

La vida social y económica en las zonas rurales y urbanas africanas ocurre en la calle, en espacios informales. La vida social ocurre también en las casas, donde el concepto de familia extensiva que convive en pequeños espacios, es muy habitual. En el mundo rural, al igual que en Europa, las viviendas suelen ser unifamiliares y distanciadas, con un pequeño terreno para el cultivo de subsistencia; sin embargo, en las poblaciones mayores, las familias, después de un largo proceso de exódo rural en las últimas décadas, tienden a convivir en cuarterías o corralas donde alquilan una habitación y comparten con otras tantas familias letrinas y espacios para cocinar y el aseo personal, sin electricidad ni agua corriente. Estas condiciones empeoran aún más en el caso de las grandes urbes y los slums, como el de Kibera en Nairobi, el segundo mayor de toda África que, a pesar de la cercanía a la capital, cuenta con una escasa red de agua y saneamiento en sus calles. Esto, junto al hacinamiento de la población, sienta unas condiciones ideales para la expansión del virus que no invitan al optimismo, a pesar de las medidas de confinamiento impuesta hasta ahora.

También es habitual la movilidad entre poblaciones, el uso mayoritario del transporte público que, atestado de personas, desplaza diariamente a trabajadores y trabajadoras en las ciudades y también en el campo. Los movimientos migratorios internos entre países africanos, suponen el 96% de los movimientos migratorios totales que parten del continente, según expone el congoleño doctor en Relaciones Internacionales Mbuyi Kabunda en su libro África en movimiento. Migraciones internas y externas. Los movimientos entre regiones y países de las mismas zonas geográficas así como del sur al norte en las vías migratorias hacia Europa, favorecerán sin duda la expansión del virus. El cierre de fronteras internas será muy difícil de garantizar en espacios fronterizos tan permeables como los africanos.

África cuenta además, con algunos de los grupos más vulnerables: personas refugiadas y colectivos sin techo, como los niños y niñas que viven en la calle en las grandes urbes o los niños talibé de Senegal, entre otros, y aquellas poblaciones ya azotadas y empobrecidas por los sucesivos conflictos armados.

En un artículo reciente del diario El País, Issa Kouyaté, director de la ONG La casa de la estación, en referencia a los niños talibé, advierte de que en Senegal “la situación es explosiva. Estamos viendo cómo estos niños se están n quedando sin alimentos o sólo pueden hacer una comida al mediodía debido a la situación que estamos viviendo”. El toque de queda y la restricción de movimientos, es un impedimento para la mendicidad ejercida por los niños talibé lo que aumenta las posibilidades de hambre y de sufrir explotación.

Todo ello, unido a las diversas formas de economía local, conforman la compleja comunidad, elemento clave para la transmisión del virus. Las medidas de distanciamiento social inciden precisamente aquí, en las comunidades y sus normas sociales. Es preciso trabajar con las comunidades y sus líderes (locales, civiles, religiosos, etc) en cambios en su estilo de vida que implican suspender encuentros familiares, públicos y religiosos. Afectan también a las pequeñas y precarias economías locales como los coloridos concurridos mercados locales de tantos países africanos, puestos de comida callejeros, etc.

Según Begoña Iñarra en su editorial de Mundo Negro de 2015, “En África subsahariana nueve de cada diez trabajadores pertenecen al sector informal, que mantiene al 80 por ciento de la población activa, representa el 80 por ciento de los nuevos puestos de trabajo y contribuye al 55 por ciento del PIB. La economía popular tiene también sus problemas: trabajadores sin contrato, jornadas laborales interminables, falta de formación, baja productividad…Pero, junto a esto, en el entramado de esta economía popular se enfatiza en las relaciones, la solidaridad, la confianza y la creatividad, que son valores africanos fuertemente arraigados en la población.”